Todos hemos reaccionado de forma expresiva y con con gestos de disgusto al comer algo agrio o amargo como por ejemplo un limón; es un reflejo innato. Tras paladear, los bebés reaccionan con gestos innatos que son universales y específicos para cada sabor: el dulce provoca una especie de sonrisa , mientras que el amargo desencadena aspavientos y cara de asco.
Son reflejos en los que no participa el sistema nervioso central, esto es, escapan a nuestra voluntad.
Por su parte, las muecas tienen una función protectora. Las náuseas preparan el vómito, la salivación disminuye las posibles sustancias dañinas en la boca y fruncir el ceño evita respirar y protege los ojos de hipotéticos compuestos volátiles. Los testigos perciben así el riesgo que supone la ingesta del alimento desencadenante de estas reacciones.
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