viernes, 13 de agosto de 2010

Cuidarse para vivir, vivir para cuidarse


Uno de los más brillantes periodistas españoles del siglo pasado, y no sólo, aunque muy especialmente, sobre asuntos gastronómicos, Julio Camba, dejó dicho en su delicioso libro: La casa de Lúculo o el arte de comer que eso, lo de comer bien y a gusto, es algo que no siempre se puede hacer.
Decía Camba que cuando uno tiene apetito y estómago para comer de todo suele faltarle el dinero suficiente para hacerlo, mientras que cuando ya tiene solucionado el modus vivendi suele carecer de ese apetito y ese estómago propios de las personas jóvenes. Y es que a medida que uno se va alejando de los cincuenta empiezan a salirle 'goteras'... y los encargados de solucionarlas, es decir, los médicos, lo primero que hacen es darle a uno un índice, no de libros, como el de la Iglesia, sino de alimentos prohibidos.
Otro de los grandes escritores gastronómicos españoles del XX, Néstor Luján, decía que la salud es "el silencio de los órganos". Explicaba que uno no se da cuenta de que tiene hígado hasta que éste protesta, y aclaraba que, con los años, los órganos del cuerpo humano dejaban oír su voz con una frecuencia preocupante.
Así, es, sin duda. Yo conozco a muchos coetáneos que confiesan que sólo cenan "un par de piezas de fruta, un yogur..." No negaré que de la fruta pueden extraerse no pocas satisfacciones gastronómicas, porque lo cierto es que hay frutas deliciosas; pero el hecho penoso es que uno se da cuenta de que si cena como acostumbraba a hacerlo en años más jóvenes pasa luego unas noches lamentables. Lo mismo ocurre con las bebidas alcohólicas: el humorista Carlos Romeu escribió un día, respecto a los excesos con el alcohol, que "a los treinta años tenía resacas; ahora, convalecencias". Cierto.
Hay que cuidarse, le repiten a uno los médicos. Y así debe ser, claro. Pero una cosa es cuidarse para vivir y otra bien distinta vivir para cuidarse; es como lo de trabajar para vivir o vivir para trabajar. La que es falsa es la disyuntiva de comer para vivir o vivir para comer: comemos para alimentarnos, sí, pero también, la mayoría de los humanos, para obtener placer. Por fortuna para la conservación de la especie, actividades vitales como la nutrición y la reproducción son cosas muy placenteras.
Pero a veces hay que rendirse a la evidencia, e ir dejando, poco a poco, de cometer excesos que a los veinte no nos podemos permitir, salvo que medie un buen mecenazgo, pero que nuestro cuerpo puede pagar, en tanto que más allá de los cincuenta es posible que nuestra cartera admita la factura, pero no así nuestro organismo. De todos modos, no hay que ser excesivos ni con la frugalidad.
El propio Camba advertía ya que lo mejor de un régimen, de una dieta, es ese día que uno se lo salta, opinión que compartía el gran nutricionista Francisco Grande Covián, que, además, recomendaba a quien quería oírle que comiese "de todo". Con cierta moderación, claro; también decía que la única comida que no engorda (la obesidad, con la salud, es una de las mayores obsesiones de estos tiempos en las sociedades del primer mundo) es la que se queda en el plato.
Sí, hay que cuidarse. Antes, cuando uno comía bien y en cantidad, no faltaba quien, al verlo a la mesa, le dijera "hay que ver cómo te cuidas". Ahora, cuidarse es, en cambio, abstenerse de esos placeres. Yo creo que no, que la virtud está en el término medio: moderación y, de vez en cuando, un buen homenaje. Y si su médico es de los que le prohíben a usted todo lo que le gusta... bueno, usted verá lo que hace, pero una de las soluciones es... cambiar de médico. No todos son del estilo de Pedro Recio de Tirteafuera, pesadilla de Sancho Panza en la Ínsula Barataria, ni tienen las ínfulas inquisitoriales de Torquemada. Gracias a Dios.


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