jueves, 21 de abril de 2011

¿Amas el sol, odias el sol? No importa, usa bloqueador

CNN MÉXICO




Siempre he tenido una relación amor-odio con el sol. Desde que era niña, y vivía en Georgia, me ha gustado estar en lugares abiertos: en la alberca en el verano, haciendo deportes al aire libre, y claro, siempre bronceándome en la playa. Pero yo no era como mis otras amigas que se sentaban a la orilla del mar y se bronceaban con un hermoso tono bronce. No: con mis ojos azules y mi piel blanca, yo me quemaba. Y me quemaba en serio.




Recuerdo cuando fui a Hawai con mi familia en las vacaciones de primavera. Íbamos a la playa y mi mamá (que te quiero mucho, mamá, pero después de tantas veces de escuchar esto comencé a ignorarte) me decía: “Brooke, ponte bloqueador”. Agh. “¿Qué saben las mamás?”, decía yo. (Pues al parecer, mucho…).




En mis años adolescentes me importaba más vencer a mi hermano en las carreras en la playa. ¿Bloqueador? No hay tiempo, ¿Reaplicar el bloqueador? Ni pensarlo. No me gusta. Y así arruiné el viaje a Maui. Creo que estaba en quinto o sexto grado. Pasé un día bajo el sol, y a la mañana siguiente, no me podía mover del dolor.




Les voy a ahorrar los detalles, pues no me hace falta decir que el sol me mantuvo rehén de mi habitación en Hawai durante las siguientes 24 a 48 horas. ¿El viaje para hacer esnórquel? Ni pensarlo. ¿Montar a caballo? No. Perdón, familia. Yo, Brooke Baldwin, no usé bloqueador.




Pero después crecí y con el tiempo me hice más sabia. A partir de la universidad, me empapaba de SPF. Pero temo que para ese momento ya me había causado un daño serio por el sol, aunque nunca fui a una cámara de bronceado ni me bañé en aceite de coco. (¿Cómo pueden hacer eso las chicas?) El bloqueador comenzaba a convertirse en parte de mi rutina, pero tampoco estaba demasiado comprometida con él.




En el verano de 2010 comencé a notar un pequeño rasguño en el arco de mi nariz. Parecía que un gato me había arañado. De hecho, en un principio pensé que era un rasguño. Al trabajar al aire en CNN me maquillan todos los días, cuando llegué a casa y me desmaquillé vigorosamente, me salió sangre. Apenas se veía, pero fue suficiente para que yo hiciera una pausa. No fui al dermatólogo de inmediato porque en cuestión de meses desapareció. Y pensé que estaba a salvo.




Pero no lo estaba. Hace apenas dos meses regresó el supuesto rasguño. Y en esta ocasión supe que debía ir al médico, y de inmediato. Así que fui, y fue una de esas visitas en las que el médico te hace un montón de preguntas y tú sólo respondes ‘sí’ a todo (¿Sangra? Sí. ¿Ha estado ahí más de un mes? Sí. ¿De niña te bronceabas mucho? Sí). Así que me dijo: “Brooke, necesitamos hacer una biopsia (para detectar un posible cáncer)”. Nunca me habían hecho una.




Sacó su escalpelo más pequeño (recuerden que estamos hablando de mi nariz, y estoy viendo cada movimiento del médico a medida que se acerca a mi nariz con un objeto afilado). ¿Ya dije que trabajo en televisión? Sí, pues lo único que podía pensar era que de todos los lugares en los que podía tener cáncer, éste tenía que aparecer en el centro de mi rostro. Genial. Tomó una pequeña muestra, me colocó un curita y envió la muestra al laboratorio.




Unos días después, regresaron los resultados de la biopsia. Positivo: cáncer de piel de células basales, la forma más baja. El médico me dijo que iba a estar bien, pero que tenía que ir con un especialista para realizarme el procedimiento Mohs. Y como soy reportera, fui a casa, hice mi tarea y comencé a googlear todo lo que se sabía sobre Mohs.




La primera imagen que aparece al hacer la búsqueda es una mujer con un hoyo en la nariz por una remoción del cáncer. Un hoyo.




Entonces, un mes después me tomé unos días de vacaciones del trabajo. Sí, claro… vacaciones, y fui al especialista/cirujano plástico para que me hiciera el procedimiento Mohs.




Básicamente fue algo similar a una biopsia, pero más invasivo. Me entumieron la nariz (una gran aguja en dirección a mi rostro, y lo puedo ver todo: esa es la parte más dolorosa del procedimiento). Después tomó un pequeño escalpelo y comenzó a cortar el cáncer. Y después a esperar. Toman la piel, prueban los márgenes y deciden si necesitan regresar para cortar más. Y lo hicieron, pero sólo una vez más. Y con todo y todo, hubo un dolor tolerable.




Después de dos días tuve una venda presionada en mi rostro y me estuve colocando chícharos congelados en mi nariz y ojos para que no se me inflamara. El dolor fue mínimo. Pero la mejor parte fue cuando la gente se me quedaba viendo en la tienda o cuando sacaba a pasear al perro, cuando la gente se preguntaba si me había hecho cirugía estética.




Finalmente, me quité la venda y todo se redujo a una pequeña curita (bandita adhesiva para proteger la piel). Y ahora estoy aquí sentada, escribiendo, una semana después. Aún tengo una pequeña curita en mi nariz. La usé al aire los últimos tres días. Incluso mi equipo en la sala de noticias se colocó curitas en el rostro en solidaridad conmigo. Ahora las puntadas están a punto de disolverse, y creo que pronto estaré como nueva.




Y debo admitir que aún me encanta el sol. No puedo evitar ser la chica que disfruta estar al aire libre. Pero ahora cargo SPF a donde quiera que vaya. A mis casi 32 años de edad, aún tengo una madre que siempre encuentra la forma de decirme que use bloqueador en cualquier plática que tenemos. Y ahora tiene una buena razón.




Así que aprendan de mi experiencia (lo que yo debí haber aprendido de mi madre hace años): usen bloqueador.

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