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Edna Wooten atinó a detener su automóvil cuando sufrió un ataque de apoplejía. Su hija no prestó atención a las protestas de su madre y la llevó enseguida a un hospital, a tiempo para que un fármaco disolviera el coágulo sanguíneo que le había causado el ataque.
La mujer fue afortunada: pocos pacientes reciben ese tratamiento, en especial los pacientes afroamericanos e hispanos que corren el mayor riesgo de ataques de apoplejía y que podrían resistirse a hacerse atender inmediatamente.
Nuevas investigaciones se ocupan de esos sectores de población a fin de comunicarles el sentido de urgencia ante esa circunstancia.
"Básicamente asustamos tanto a la gente sobre la apoplejía que los lleva a desatenderla", dice el doctor Lewis Morganstern de la Universidad de Michigan, experto en la materia. "Lo que no hemos hecho muy bien es informar a la gente que existe un tratamiento efectivo, que la gente está en control de su propio destino".
Ese fue el mensaje que la educadora Shauna St. Clair de la Universidad de Georgetown llevó a un centro de ancianos en un vecindario de mayoría afroamericana en Washington la semana pasada, parte de un proyecto financiado por el Instituto Nacional de Salud.
La mayoría de los ataques de apoplejía son como un caño taponado, explicó la experta. Si uno despeja el tapón, la sangre puede seguir alimentando las células cerebrales, como ocurrió cuando Wooten, de 61 años, fue tratada en un hospital cercano.
"Las células cerebrales dañadas las podemos reparar. Por eso es que queremos que acudan al tratamiento lo antes posible", explicó St. Clair. "Si permanecen dañadas, se mueren".
Los síntomas incluyen una súbita insensibilidad o debilidad en la cara, brazo o pierna, en particular en un costado; repentina dificultad para hablar, entender las palabras de otro, ver o caminar; una súbita jaqueca intensa.
Aunque en algunos casos se deben a una hemorragia cerebral, la gran mayoría son ataques isquémicos, el tipo de coágulo que el fármaco TPA puede ayudar a tratar, siempre y cuando se administre dentro de pocas horas después del primer síntoma.
Nuevas investigaciones se ocupan de esos sectores de población a fin de comunicarles el sentido de urgencia ante esa circunstancia.
"Básicamente asustamos tanto a la gente sobre la apoplejía que los lleva a desatenderla", dice el doctor Lewis Morganstern de la Universidad de Michigan, experto en la materia. "Lo que no hemos hecho muy bien es informar a la gente que existe un tratamiento efectivo, que la gente está en control de su propio destino".
Ese fue el mensaje que la educadora Shauna St. Clair de la Universidad de Georgetown llevó a un centro de ancianos en un vecindario de mayoría afroamericana en Washington la semana pasada, parte de un proyecto financiado por el Instituto Nacional de Salud.
La mayoría de los ataques de apoplejía son como un caño taponado, explicó la experta. Si uno despeja el tapón, la sangre puede seguir alimentando las células cerebrales, como ocurrió cuando Wooten, de 61 años, fue tratada en un hospital cercano.
"Las células cerebrales dañadas las podemos reparar. Por eso es que queremos que acudan al tratamiento lo antes posible", explicó St. Clair. "Si permanecen dañadas, se mueren".
Los síntomas incluyen una súbita insensibilidad o debilidad en la cara, brazo o pierna, en particular en un costado; repentina dificultad para hablar, entender las palabras de otro, ver o caminar; una súbita jaqueca intensa.
Aunque en algunos casos se deben a una hemorragia cerebral, la gran mayoría son ataques isquémicos, el tipo de coágulo que el fármaco TPA puede ayudar a tratar, siempre y cuando se administre dentro de pocas horas después del primer síntoma.
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